Cuando te preguntan, «¿a qué te dedicas?», ¿qué sueles responder? ¿Soy coach? ¿Soy terapeuta? ¿Tengo un blog?
Nada de eso ofrece información útil a tu interlocutor. Lo más probable es que asiente, murmure alguna frase del tipo «qué interesante», y cambie de tema.
Has perdido una oportunidad.
Nunca sabes si esa persona que acabas de conocer es un futuro cliente o un futuro colaborador. Así que conviene empezar bien. Con una frase que describa el tipo de público al que te diriges y el problema que les ayudas a resolver.
Una frase del tipo: «Ayudo a las parejas a tener conversaciones de dinero sanas para evitar conflictos y mejorar sus relaciones».
O tal vez, «Ayudo a mujeres emprendedoras a gestionar mejor su tiempo y aumentar su productividad».
¿No suena mucho más interesante? ¿No invita a la conversación?
Yo creo que sí 🙂
«Pero Vivian, lo que yo hago es muy amplio. No podría resumirlo en una frase»
Entonces tienes trabajo.
La frase parte de la promesa de tu marca y define la experiencia última de tu cliente. Por ejemplo, yo ayudo a agentes de transformación a tener más visibilidad para que puedan transformar más vidas y hacer crecer sus negocios. Sea que asistas a una de mis charlas o talleres, que te apuntes a mis programas de mentoring o que leas mi blog, la promesa última es que voy a ayudarte a ser más visible. Da igual si trabajamos en tu embudo de ventas o tu estrategia de email marketing, porque todo apunta hacia lo mismo.
Tener claro cuál es la promesa de tu marca es fundamental a la hora de transmitir a tu público los beneficios de trabajar contigo. También te va a ayudar a definir tus productos o servicios: es la base de tu negocio.
De manera que, si tienes dificultades a la hora de resumir lo que haces en una frase, conviene que revises tu promesa (si necesitas ayuda con eso, estaré encantada de charlar contigo).
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